Cuando me encontré con la literatura no sabía qué era esa cosa. Jamás había gustado leer y mucho menos había cruzado por mi mente plasmar en palabras lo que iba sintiendo, observando o aprendiendo. Pasaba de los catorce años cuando la maestra del curso Idioma Español puso en mis manos los relatos de Horacio Quiroga. Mi alma se identificó de inmediato con sus escrito, mi corazón y mi mente se abrieron y desde ese instante el gusano de la escritura se coló en mis sueños.
Por aquellos años, como todo adolescente, estaba sufriendo por situaciones familiares. La carga emocional era terrible, las horas en que sentí que mi vida terminaba fueron extensas, me consumía por dentro, estaba por explotar. De Quiroga llegué a Poe y entonces las cosas cambiaron aún más y ese caos que se revolvía en mi interior fue tomando forma en un párrafo, en un verso, en un cuento, en una poesía...
Escribir me salvó la vida. Se los aseguro.
En un inicio no tenía idea de la manera en que plasmaría lo que ebullía en mis entrañas, si había un género correcto, si alguien podía leerme, si algún día lo dejaría. Sólo me importaba ser libre, únicamente buscaba expresarme.
Con el tiempo fui aprendiendo a madurar lo que escribía, llegué a la carrera de magisterio y de nuevo un catedrático ponía delante de mí la herramienta para seguir escribiendo: me invitó a participar en un concurso. Para entonces ya llevaba un camino recorrido. Tomé mi mejor cuento, un amigo me prestó su máquina de escribir y el resultado fue un primer lugar. El establecimiento también organizaba un certamen nacional y me clasificó. No gané los nacionales ese año ni al año siguiente. Fue hasta el tercer intento que obtuve los tres primeros lugares en la rama de cuento y un primero más en otro concurso nacional para estudiantes.
Sucedió entonces que, aquello que me salvó primero la vida, ahora se convertía en parte permanente de mí.
Como catedrático de literatura he podido devolver el favor a quienes me impulsaron a llegar hasta donde estoy. No se imaginan cuánto joven, cuánta señorita, cuánto hombre, cuánta mujer lleva en su interior la combinación perfecta que lo haría un escritor. Quizá también a ellos pueda salvarles la vida, no lo sé. Lo puedo asegurar es que talento existe, por eso ansío invitarte a que des el paso, que elijas escribir y si ya los ha hecho y has podido sentir lo maravilloso que se siente el plasmar lo que por dentro te aprisiona, sabrás que después de la primera línea ya no hay retorno y que tu alma alimentará la llama de la inspiración por siempre.
Escribe, hazlo, usa la palabra como herramienta, llena tu alma y recuerda que muchas personas tienen entre sus cosas por hacer antes de morir, la idea de compaginar un libro.
Sucedió entonces que, aquello que me salvó primero la vida, ahora se convertía en parte permanente de mí.
Como catedrático de literatura he podido devolver el favor a quienes me impulsaron a llegar hasta donde estoy. No se imaginan cuánto joven, cuánta señorita, cuánto hombre, cuánta mujer lleva en su interior la combinación perfecta que lo haría un escritor. Quizá también a ellos pueda salvarles la vida, no lo sé. Lo puedo asegurar es que talento existe, por eso ansío invitarte a que des el paso, que elijas escribir y si ya los ha hecho y has podido sentir lo maravilloso que se siente el plasmar lo que por dentro te aprisiona, sabrás que después de la primera línea ya no hay retorno y que tu alma alimentará la llama de la inspiración por siempre.
Escribe, hazlo, usa la palabra como herramienta, llena tu alma y recuerda que muchas personas tienen entre sus cosas por hacer antes de morir, la idea de compaginar un libro.
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