Cae la tarde, estemos preparados o no, con prisa o con tiempo. Lo que no podemos decir es que caiga sin aviso. Se presenta un atardecer nuevo y único, irrepetible. Si estamos atentos lo vemos, y con buena disposición de nuestra parte, incluso lo apreciamos.
Curiosamente, este espectáculo gratuito a gran escala no es resultado de lo que se suma, sino de lo que se quita. La luz comienza a retirarse lentamente, las sombras se alargan, desfilan los matices de rojo antes de que reinen los otros matices de gris. ¿Será un atardecer abstracto, impresionista, surrealista? Habrá quienes sepan ver el arte, y quienes piensen que la belleza está en los ojos de quien la ve. Lo cierto es que de cuantas especies hay en la tierra, solo los humanos vemos atardeceres y así los llamamos.
Otras especies ven el momento de despertar o de descansar, de refugiarse o de salir. Nosotros podemos verlos, apreciarlos, retratarlos, compartirlos. Hay una gran variedad entonces, tan solo del atardecer de ayer, o el del mismo día de la semana pasada. ¿Te lo has perdido? No importa, hay una imagen parcial del mismo, nunca es igual que presenciarlo. ¿No lo habías visto desde este ángulo, no desde el mar o desde esa altura? Pues sí, hay otras maneras de mirarlo, desde otras direcciones, con otros sentimientos, con otras compañías. También se puede poner música, clásica estaría bien, aunque es cuestión de gustos. Con un reproductor portátil cada uno puede estar mirando el mismo cielo y ver su propia versión de atardecer. En esa fugacidad de arte natural como experiencia intransferible, ahí estaba recién mi pensamiento antes que saltara, ágilmente como suele hacer, hacia otros llamativos asuntos.
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